Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón.
Por aquella época, negrito se había convertido en un afamado trompetista. Era niño cuando, buscando en la basura en Guanabacoa, entre jeringuillas y objetos sin dueño, encontró una trompeta de plástico.
Creció y se mudó al centro, consiguió una de verdad, y la música lo convirtió en Don William. Ese «Don» le gustaba, le hacía respetable, al igual que el daikiri y el traje de chaqueta, y allí, frente al Malecón gritó: «Gracias por los aplausos»
Las olas lo aplaudían. Y entonces, supo, que nunca había perdido el alma de negrito.
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