Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, como cada día. Y lo imagino esperándome, anhelante de sexo, para entregarse sumiso a mis caprichos en la cama.
Bajo del avión feliz, recordando cada caricia y humedeciendo mis bragas a cada paso, ansiosa por tenerlo entre mis piernas. Me apresuro y tomo el primer taxi.
Impaciente lo busco con la mirada, lo veo sonreír y sonrío, lo veo acariciarla y algo se rompe en mí.
-¿La ayudo con la maleta abuela? -pregunta un joven mozo a mi lado.
-¿Y que tal cien dólares por otros servicios? -contesto guiñándole un ojo.
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