Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón con la otra, eso seguro. ¿Y ella… qué podría hacer? Mientras dudaba si apretar o no el portero automático, pensó en lo que la esperaba en los próximos días: una espiral infinita de llantos, suspiros y consuelos para acabar resignándose al abandono después de tantos años de transigente matrimonio…
Y entonces hundió el dedo en el pulsador.
=¿Sí?
=Hola… ¿Sabes quién soy?
=Como para no saberlo… llevo veintitrés años esperando que llames a mi puerta para decirme que te equivocaste al elegirle.
=Tienes razón, lo hice fatal. ¿Entonces… puedo subir?
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