Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, y yo sonriendo en casa. Anoche vino, y metió sus cosas en nuestra maleta de viaje. ¿Qué le suponían veinticuatro años de convivencia? ¿Nada? ¿De qué sirvió mi amor, mi pasión, mi ayuda y siempre estar por y para él?

Me dijo que no me preocupara por el dinero, que el premio era de los dos y que así se reflejaría en el acuerdo de separación. Tan frío como siempre y como la cerveza que se tomó, con una buena dosis de talio. En tres días, la viuda alegre.

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