Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, acompañado por aquella fulana de tez morena y ojos verdes, si no fuera por la intervención de la divina providencia. Días antes de su viaje, nos topamos en el centro. El salía de un café, de la mano con fulana y cruzaba la calle en dirección a la acera de enfrente. Venía distraído por el escote de su acompañante, por lo que no se percató del automóvil que iba directo hacía él. Hubiese cruzado ileso, de no haberle gritado: ¡Querido!

En ese instante, se oyó una estrepitosa carcajada tras el confesionario.

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