Y esconderse en las escaleras mientras el portero recogía la basura, piso por piso, bloqueando el ascensor. Papá, siempre ausente, jugando a las cartas en los bares. Mamá en uno de sus mil cursos en la ciudad. Invierno. Calle desierta. Noche. Mis hermanos, más pequeños que yo, conminados al silencio, cogidos de mi mano para no ser atrapados por la ira del portero. Escalera arriba, escalera abajo. Sin edad, sin llaves, sin casa…el miedo tenía una cifra: el número del trolebús que nunca llega. Aunque el veintidós ya es historia, mi intranquilidad aún viaja en él.

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