El veintidós ya es historia. Tachado, olvidado para siempre de los libros de historia que recogen los relatos de mi denostada vida amorosa. Han surgido tantos números delante de mis ojos que empiezo a perder la cuenta de los errores cometidos, y los aciertos pasados. Como si nunca hubieran existido, salvo por la pequeña huella permanente con forma de aritméticas cicatrices clavadas a mi piel. Y seguirán apareciendo nuevas oportunidades para perder la cabeza. Y sólo por hoy guardaré el luto debido. Mañana escribo una nueva página en el diario: la veintitrés.
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