El ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón o una cerveza en alguna taberna de Dublin. Sin embargo, y en un abrir y cerrar de ojos, los besos se han convertido en trampas mortales. El anuncio del noticiero que retumba en todas las calles vacías, dicta que un virus se ha coronado como dueño del mundo, y el está, varado profundamente en un crucero de lujo, encerrado con su fiebre y su angustia; esperando los resultados como un condenado que espera su sentencia.

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