El veintidós ya es historia. El resultado era ahora de catorce a ocho. En esa alocada y descontrolada competición que habían iniciado dos genios desdichados, temerosos de caer en la rutina, su última ocurrencia consistía en mantener duelos sin testigos en los cementerios de pueblos abandonados, usando armas de todo tipo. Imbuidos de un espíritu propio del Romanticismo, dirimían sus interminables discusiones florete en mano hasta que uno de los dos caía por agotamiento.
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