El veintidós ya es historia.

Amanece el vigésimo tercer día y yo sigo varada en el puerto de mi infortunio. ¿Cuándo zarpará esta barcaza?

El sordo silencio reinante y la falta de empatía, de la tripulación, hacen que me encuentre presa en un delirio surrealista ¿Por qué no sueltan las amarras? Con ese simple acto tendré suficiente.

¡Dejarme en paz! exijo, con mis seductores gestos de mujer. Ellos me miran extrañados, no entienden. ¿Quizás ignoran mis tribulaciones?

¿Cómo lograré llegar a mar abierto? me pregunto. El tiempo pasa inexorablemente y mi cola de pez se está secando.

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