A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir, dijo el veterinario al devolvérmela. Quizá comió veneno de ratón por accidente.
Sonreí, tratando de contener la expresión de sorpresa para no impresionar a Papá.
Fueron 3 horas de vuelta a casa, llorando de rabia y frustración. Al llegar mi viejo me abrazó, orgulloso de mi preocupación por la mascota. Como recompensa me dejó llevarla al bosque para jugar.
Mientras corría, volteé para regalarle una sonrisa. En cada zancada apretaba más fuerte el cuello del animal, hasta que la sentí desvanecerse entre mis manos. Justo entonces solté la carcajada.
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