A esa gatita le quedan muchas vidas.
La veo cada día cruzar las calles y los huertos; Entrar de un salto en los patios, saltando las verjas de hiedra. Tenaz y distraída, ante el canto del pájaro.
Esta mañana amaneció un día dorado, como piel de cebolla. Cruzaba el puente, del final del pueblo, mirando a las montañas.
Se paró asustada, cuando graznó la garza blanca.
Sortija de sol la alumbraba, ciego el gorrión, que en la arena retozaba, cayó en sus garras.
Otros días la he visto, allí mismo, meter sus zarpas en el agua, por ver si pescaba.
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