A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir—le gritó provocadora e histérica.

El hombre que la había golpeado, sacó su Magnum 44 y le disparó entre los ojos.

Aspiró una última bocanada al cigarro y recogió el maletín repleto de dólares para marcharse. Miró el mural de sangre estampado en la muralla y le pareció una bonita obra de arte.

Al abrir la puerta, un gato negro con el lomo erizado, pasó veloz entre sus piernas y se detuvo junto al cadáver.

Cerró con rapidez.

No era un hombre supersticioso, pero jamás olvidaría la mirada desafiante del felino.

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