-El veintidós ya es historia. Estaba muy jugoso, ¿verdad?

-Sí, pero me dejó un regusto amargo. Seguro que es la culpa por habérnoslo comido. Era un buen tipo.

-Todos lo eran. Ahora sólo quedamos tú y yo -dijo relamiéndose mientras se dirigía a su camastro.

Yo también me fui a acostar pero, como tantas otras noches, no pude dormir. ¡Mira que naufragar en una isla asolada por la contaminación! Me levanté pronto y preparé el desayuno para dos. Cortarme los dedos de los pies fue una decisión difícil, pero no quiero morir, y la soledad me da mucho miedo.

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