Te regalé una bonita sonrisa de Joker. No tenía para más. Portaba una mezcla de sensaciones, tristeza por la renuncia, alegría por la promesa y de incertidumbre por el presente. Tu rostro a través del cristal de la ventanilla asumió el golpe con una mueca.
De pronto me sentí inmerso en un sopor que el vaivén del expreso de largas distancias producía, en su lenta despedida entre las calles del pueblo, abrumadas de frío. La desconocida compañera de asiento me miraba extrañada, casi divertida, entendí que mi semblante sugería la misma expresión burlona, que seguramente ya habías comenzado a detestar.
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