Te regalé una bonita sonrisa de Joker y me la devolviste envuelta en acero. Te conté un secreto y lo deshojaste cual margarita. Te enseñé la magia y me la razonaste. Te llamé Viernes y me enviaste a los lunes eternos. Te alcancé la luna y la escupiste como hueso de aceituna. Te dediqué mi vida y la tachaste con un rotulador negro. Y ahora que por fin, me había librado de ti, apareces en mis sueños cada noche y me dices: “Aún no estás preparada para hacer sola este viaje”. Y al despertar me digo: «¡Anda y que no!»

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