Te regalé una bonita sonrisa de Joker, porque no se me ocurrió otra cara que poner. ¿Qué hacer para llamar tu atención en pleno museo británico, entre dos toros alados de tres mil años? Tu mirada analizaba con detenimiento aquellas dos piedras talladas y yo quería ser la tercera pieza que captara tu atención. Intentar hacer una pirueta y empujar por error aquel jarrón ayudó a que te fijaras en mi, incluso me sonreíste mientras me detenían los guardias y cientos de móviles grababan mi estropicio. Tu sonrisa era más divertida que la de Joker. Era claramente amor del bueno.

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