A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir —me dije.

No tengo una mala vida, pero su polaridad es demasiado para mí. Vive en una quinta planta y me da miedo las alturas. Me quiere bañar a cada quince días. Por las noches, cuando me acuesto junto a su cara, para verlarle el sueño, me propina manotazos. Me da patadas cuando me enredo en sus piernas mientras cocina.

Hoy, por descuido, dejó la puerta abierta. No pensé dos veces, bajé las escaleras y esperé que alguien abriera el portal para salir al mundo y vivir peligrosas aventuras.

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