Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, que no apagué la luz del dormitorio cuando se quedó dormida la peque, ni reservé el spa del hotel que teníamos pensado para mañana, ni del beso que nos negamos tras la discusión; que los abrazos de la infancia huelen a una madre, de las visitas programadas —que no podemos perdernos— para bucear en la historia, ni del chapuzón que prometimos darnos en aquel trozo de cielo incrustado en el mar. Me di cuenta, que más vale despertar de una pesadilla que no vivir jamás el sueño de un gran viaje.
OPINIONES Y COMENTARIOS