Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que era el destino quien me había situado de copiloto, o quizá mi sumisión había sido concluyente… Pensé mientras mis muslos se contraían y mis manos se aferraban al borde del asiento, que pronto, en breve, en un instante, iba a dejar de sentir dolor.
Le amé con la desnudez de la inocencia y sin embargo, desde el principio asumí la voluntad escaldada y el cuerpo malherido, a menudo cerraba los ojos para redimir las lágrimas.
Comprendí que debía prepararme para mi último viaje.
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