Te regalé una bonita sonrisa de Joker, ironía sin camuflar escrita en mi rostro, desapercibida ante tu necedad y soberbia perpetua.

Nunca supiste ver más allá de tu ombligo. Más allá de tu hastío.

Supe que era nuestro último viaje, ¿y tú?
No podías saberlo, mi reflejo no tenía cabida en tu majestuoso espejo

Tocaba jugar mis cartas. Aposté por el azar, y lo supe. Debía amarme más.

Elevé mi ancla y te lancé un último beso, despidiendo tu cara de póker, singular, para variar.

Y así, sola y solo conmigo, a la deriva, empecé a caminar.

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