Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro: «No debí sonreir. No debí aceptarle la lata de cerveza. Debería haberme puesto el cinturón o escoger los asientos traseros. Haber inventado una excusa pero no quise herir sentimientos. Abrir la puerta apenas me di cuenta que estaba ebrio. No debí cantar. No debí reirme de sus chistes: No debí pedir un aventón. Ahora es imperativo cerrar los ojos, dejar mi corta vida pasar en un segundo. Recibir y sentir el brillante beso del concreto».
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