Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, en sus rosadas mejillas y su nariz respingona. Su eterna sonrisa de bienvenida, acoplada entre la tupida y frondosa barba blanca.

Pensé, mientras con angustia pisaba el freno, en su peculiar vestimenta con tanto color y su capucha puntiaguda plegada hacia el lado…

Recordé en ese instante, el día de la gran tormenta, las ramas estrepitosas contra el ventanal, mas él seguía en pie con las botas pringadas de barro, implacable.

Dentro del caos, me sentí reconfortada.

10 años. Debía volver a casa.

¿Se acordará de mí el gnomo del jardín?

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