Pensé, mientras el coche se lanzaba contra el muro de la inocencia, que no conseguiría atravesarlo. Tal vez era porque lo deseaba.
Para asegurarse de que llegaba al destino que me tenían asignado, deberían haberme sacado billete en el tren que no admite vuelta atrás. En manos de un maquinista avezado, poco importaría que mi elección fuera no querer ser adulto.
Intenta conducir tú mismo. Que estén convencidos de que vas a cruzar. Entonces, da un volantazo en el último instante; engáñalos. Como hice yo. Por eso, en lugar de alcanzar la madurez, sigo siendo niño. Al menos, por ahora.
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