Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro de sacos de confeti, que el número iba a causar más expectación; caras embobadas en pantallas digitales, y entre todas ellas, una especialmente atenta, con cierto brillo en la mirada, concentrada en mi actuación.

La vida de un payaso itinerante de fiestas de cumpleaños no es nada emocionante, aún así, hago las maletas cada vez que tengo la oportunidad.

Colofón final y cierre, con miles de confetis volando por los aires, aunque no recuerdo que fueran así.

De fondo, gritos, llantos y mi único espectador de la tarde aplaude en pie.

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