Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, que Durán tenía razón. En el parque de la plaza de Galdós, la luna brillaba más pura. Durán, que con su voz rota y gangosa, me lo había dicho entre dos tragos de vino, no estaba allí aquella noche. Le busqué en la beneficencia al día siguiente, por darle las gracias. No, me dijo Hurtado, ¿qué no lo sabes? Anoche lo mató un coche que se estrelló contra la esquina de Collado y Pavía. Y no dije nada, porque esa esquina era la mía, pero el muerto es otro.

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