Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro. ¡Otra vez no! Dios por favor. Apenas recobraba mi quebrantada confianza.

Los meses anteriores, las fisioterapias de rehabilitación, me tenían hasta la coronilla, mi mal humor, de mil demonios y contagioso pues todos a mí alrededor intolerantes.

–Una cosa es que estés convaleciente y otra muy diferente es que seas tan grosero; ¡nosotros no tuvimos la culpa de tu accidente! –decía mi mujer.

El viaje fue consejo del terapeuta de pareja. Accedí; ya me sentía a punto del divorcio.

Fue un derrape de película, ¡Que reflejos!

Mi mujer esquivo aquel muro.

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