—Lástima que no haya billetes para maniquíes— me dijo, queriendo halagar mi belleza. Pero yo, que siempre veo todo del revés me sentí como una vasija vacía, luciendo brillantinas en un aparador. Así que lo dejé, tomé el equipaje y me alejé para volver al inicio, rememorando el momento exacto en que dejé de ser persona y comencé a ser maniquí. Boté el móvil, el rímel, el pintalabios y los tacones y viajé días sólo para preguntarle a mamá:

¿Por qué no los detuviste cuando salí a la calle con minifalda y ellos me convirtieron en maniquí?

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