Lástima que no haya billetes para maniquís. La primera clase, antiguo reducto de elegancia, podría poblarse de miradas vacías, que contemplan con la misma indeferencia la llegada a Venecia por encima de las aguas de la Laguna que el paso por los Alpes de Francia a Italia, con la nieve cubriendo el paisaje en invierno, con la naturaleza en pleno apogeo en verano. Me compraría un billete por viajar junto a un maniquí. Por suspirar al remontar el Ródano en otoño, camino de Dijon, viendo las aguas negras cubiertas de hojas doradas. Sabiendo que el plástico no puede soñar.

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