Lástima que no haya billetes para maniquíes. Maniquíes que andan sin pudor alguno por nuestras vidas, haciendo de la banalidad, la cosa más importante de nuestra existencia. Lástima que para entrar en el mundo real haya que pasar primero por la aprobación de la audiencia virtual. Lástima que no tengamos billetes para poder comprar la verdadera felicidad. El molinillo está cerrado, pero ellos siguen saltándolo.

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