_¡Lástima que no haya billetes para maniquís! _concluyó la telefonista.

Ella colgó el teléfono y se giró hacia él:

_¿Cómo que …?, ¡cómo que lástima!, ¿lástima?, ya…, de eso, nada. Tú te vienes conmigo, ¡te vienes conmigo! _le grito, tardó un instante en darse cuenta de que todo ese tiempo había mantenido la mirada clavada en él. Se volvió, las lagrimas rabiosas le quemaron la cara: Tú… te vienes conmigo _repitió con voz queda.

Se abrió la puerta.

_¿Estás?, el avión …

_Sí _Se secó la cara, cogió la maleta _.Vamos

__¿El maniquí?

_ Se queda aquí

_Pero…

_Encontraré otro.

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