Lástima que no haya billetes para maniquíes. A mis compañeras y a mí nos apetecía salir de este oscuro almacén, ponernos algo de ropa que tapara nuestro frío y descarnado cuerpo y viajar por ese paraíso subterráneo lleno de seres vivos que leen, escuchan música, duermen y cantan de vagón en vagón. Solo así podríamos sentir que algo se mueve dentro de nuestro cuerpo de plástico y despertarían de una vez nuestros sentidos al mundo exterior. Pero de momento parece que no va a ser posible: el responsable de la taquilla se ha desmayado al vernos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS