Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, anticipando la proximidad de su cuerpo de nuevo, en lo afortunado que era. La vida es dura en los campos de Tinduf. El desierto abrasador, la miseria, la infancia desamparada, los seis días, de sol a sol, visitando pacientes y la precaria comodidad del colchón en el suelo. Nosotros al menos tenemos colchones, pensé.
Pero luego el domingo, cuando empieza el cine y Yanira se sienta a mi lado, yo anhelo cada volantazo de Bond en el último segundo, para sentirla apretarse contra mi pecho apartando los ojos de la pantalla.
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