Lástima que no haya billetes para maniquíes. Ni hadas azules que insuflen el fuego de la creación, o genios dispuestos a concedernos deseos. El sobrecargo observó en ti un cuerpo inanimado; un objeto más para almacenar. Me apena recordar cómo te cargaron en la bodega del barco, manipulándote con desprecio. Pude ver en tus ojos de plástico el reflejo de mis anhelos, y mordí mis labios hasta sangrar para no lanzar un grito al cielo.

Me despojo de mi vestimenta. La tina del camarote rebasa de cera líquida y humeante. Pronto seremos inseparables, Amelia. Este viaje nos transformará para siempre.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS