Lástima que no haya billetes para maniquíes ni entuertos para tus palabras proferidas que, aunque con amor, también llevan los reproches de dos generaciones atrás… Y es que no podías enviarme solo lo necesario. Tenía que ser hasta la última provisión de viaje a pesar de que, espalda mojada y varios kilos magros menos, se te ocurrió la loca idea de enderezar el camino iniciado por el abuelo al salir de casa, sin destino manifiesto, para acabar ahogado en el mar de la locura. Como yo debía terminar hasta el cuello en el mar de los deseos del sueño americano.

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