Cada tarde en aquella esquina, espera al hombre que le haga sentir que vale la pena vivir. Ha esperado unos cientos.

Eso aprendió en su infancia, cuando tomaron su cántaro sagrado sin autorización. Creció creyendo que placer es amor.

De esperar tanta aprobación su corazón se invistió de cobre como protección. Así lo muestra su mirada y su rostro marcado por las batallas que perdió. Han pasado los años.

Ninguno avista la esquina. Es una lástima que no haya billetes para maniquíes.

Ella se olvidó de sentir y el papel de valor que le brindaba satisfacción dejó de venir.

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