Lástima que no haya billetes para maniquíes. Lo he intentado de mil maneras, con todas las compañías que vuelan a Seúl, donde tiene lugar el certamen. Sé que estás loco por ir, pero no puede ser. Incluso te había comprado un abrigo nuevo de alpaca que te queda perfecto, pero nada.
La chapa del cierre de la tienda desliza por los raíles sumiendo el escaparate en la oscuridad. Dentro, lejos del bullicio de la calle y del brillo del sol, las lágrimas resbalan por las coloreadas mejillas de plástico. Alrededor de los piesse forma un pequeño charco.

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