Lástima que no haya billetes para maniquíes- murmuré silente, mientras contemplaba el bizarro reflejo de mi rostro en la ventanilla del tren. De ser así, seguramente habría ahorrado algo de dinero. Mi imagen, estaba a la altura del más espeluznante maniquí que alguna vez, hubiese sido abandonado en algún oscuro sótano. La cirugía no resultó como esperaba. Había dejado mi pueblo siendo una atractiva joven de 20 años, y regresaba a casa como la protagonista del exorcista. Debí suponer que un doctor que atiende en su sótano, no es de fiar. Ni siquiera me atrevo a remover las vendas.

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