Lástima que no haya billetes para maniquíes, no importa, te cargaré al hombro. Siempre supe que vendrías conmigo. Cruzar la frontera no es camino fácil, mucho menos si estás huyendo. Cada atardecer me duermo, agotado, con la espalda dolorida. Al despertar, desorientado, ha vuelto a ocurrir, estamos unos cuantos kilómetros más cerca. Anoche casi lo conseguimos, pero cuando amanece has desaparecido. La gente habla un idioma extraño.
Entre lágrimas se me escapa una sonrisa recordando a padre en su carpintería, pidiéndome que no hablara con un trozo de madera. Me pregunto que estará pensando si me ve desde aquella cuneta.
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