¡Lástima que no haya billetes para maniquíes! Dijo el diablo con una voz que resonó como un trueno, seguida de una estentórea carcajada.
Dos días antes, mientras esperaba en la cola de la caja del supermercado, había resoplado y, sin darse cuenta, había expresado en voz alta el deseo que la tenía obsesionada: ¡Vendería mi alma al diablo por ir a una playita a tumbarme al sol aburridísima y sin obligaciones! Y escuchó:
¡Hecho! ¡Pero de la vuelta te encargas tú!
Y allí estaba en la playita, aburridísima, cumpliendo su sueño. Sin obligaciones, pero también sin alma.
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