Lástima que no haya billetes para maniquíes. Son discretos, plácidos. No se quejan. No te clavan los ojos como si la turbolencia fuese culpa tuya. No comen con la boca abierta diciendo sandeces. No se masajean la cabeza desprendiendo minúsculos copos de caspa que, como la nieve en las bolas de vidrio, se van posando dulcemente sobre tus hombros, tus rodillas, tu desayuno. No roncan. No acaparran el apoya-brazos en común. No hurgan en la propia oreja observando luego el botín pegoteado al meñique. No tienes que levantarte por quinta vez porque tiene que vaciar la vejiga. No tienen próstata.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS