– Lástima que no haya billetes para maniquíes-. Silencio.
– Sabes que te llevaría conmigo a descubrir el mundo-. Más silencio.
– No te muevas-. Otra vez silencio.
La habitación es un claroscuro; ella está recostada en un sillón, las piernas cruzadas, el rostro angelical, lánguida, perfecta. Enfrentados sostienen sus miradas, ella no pestañea y él entrecierra los ojos al aspirar el cigarrillo, como si fuese el último.
Lentamente recoge la cámara fotográfica del regazo y arma su mirada; dispara ensimismado y sueña que están lejos, muy lejos.
Viajar es un placer, incluso con una mujer de plástico.
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