«Lástima que no haya billetes para maniquíes», pensé.
—Lo vamos a pasar genial. —dijo con actitud reconciliadora.
—Se acabó. — respondí con amargura.
«Escapada para dos», releí la caja que él dejó encima de la mesa antes de irse.
Su portazo cuando se marchó fue un alivio.
El mismo sonido cuando me marché se convirtió en ilusión.
Miré por la ventanilla. El avión ya sobrevolaba a kilómetros de allí.
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