Lástima que no haya billetes para maniquíes.

¡Qué importaba pensé ! – Mientras mi imaginación siguiera viva, me desharía de mi maleta miedosa, cogería a mi amigo maniquí colocándolo junto a mi asiento del coche y sería mi compañero de viaje.

Siempre disfruté contándole mis penas y alegrías, más ahora y a través del cristal, podría mostrarle los hermosos caminos, compartiríamos placenteras comidas y, en los atardeceres, contemplaríamos juntos la faz de la luna. Sería mi compañero de cama en las noches oscuras y al despuntar el alba, llevada por su nacarada mano, disfrutaríamos de tan bello viaje.

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