Lástima que no haya billetes para maniquíes. Aquí en Alaska es difícil encontrar buena compañía, por eso no entiendo ese empecinamiento dañino contra Linda.
Pero el plan ya está en marcha, y nuestra deseada luna de miel nos espera. Así que montada en la vieja silla de ruedas de mamá, ataviada con su ropa y su pasaporte nos dirigimos a la puerta de embarque.
La azafata me observa llegar, y sin fingir fastidio coge el teléfono.
Al instante, siento pasos rimbombantes acercarse por mi espalda.
«¿Otra vez aquí Jhon?», dice el sargento Carter.
«Houston, tenemos un problema», murmuro entre dientes.
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