¡Lástima que no haya billetes para maniquíes!-pensé mirando a mi amiga Sandra, estática junto a la cama. Me la regaló un amigo que trabajaba en unos grandes almacenes cuando decidieron quitarlos todos de los escaparates y poner unos alambres sin alma y sin personalidad. Desde entonces tengo en mi casa «la amiga perfecta», la que siempre está a tu lado en lo bueno y en lo malo, la que escucha en silencio y nunca te molesta con sus problemas, la mujer ideal, diría cualquier hombre. Pero no Sandra, este viaje lo tengo que hacer sola y si vuelvo, te contaré.

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