Lástima que no haya billetes para maniquíes. Para estar contenta ella necesitaba, por lo menos, imaginar que le iban a sorprender con algo interesante. Silencio, el silencio es tan elegante, tan lleno de posibilidades…, pero su marido estaba en el asiento de al lado sin parar de hablar, de sí mismo, de sus planes, de todo lo que sabe, que lo tiene que saber todo de todo y a ella solo le quedaba escuchar y aprender. Aprender del puto viaje.
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