-Lastima que no haya billetes para maniquíes, nadie por acá daría un céntimo por estos –
Amelia se quejó en voz alta, revisando la antigua tienda de sus padres, buscando algo de valor para costear su vital viaje. Solo estaban las vitrinas de vidrios rotos y los maniquíes vestidos con el polvo gris del abandono.
Suspiró, pero pese al desaliento se sentó en un rincón a releer la postal encontrada, imaginando al remitente y su urgencia de irse en Agosto. Eso le reanimó. De algún sitio sacaría dinero. Degustó el nombre en voz alta, sintiendo la necesidad de alcanzarlo.
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