Lástima que no haya billetes para maniquíes ni para tallas de santos. Mi relato anterior terminó donde este, su homónimo, me encuentra: frente a un Salcillo. Lo demás lo atribuyo a mi sistema límbico. No me costó arrancarlo de la peana. El mismo Hermes condujo mis pies hacia la salida del museo. Sorteé airosa obstáculos animados e inanimados. Oía los gritos y las alarmas. Yo sólo corría. Y corrí y corrí abrazada a mi santo, pero no encontré billete para él y tampoco pude meterlo en mi maleta. En mi maleta no cabe casi nada.
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