En esta maleta no cabe casi nada, dijo mi madre aquella mañana de hace sesenta años, cuando estaba preparando el equipaje para nuestro primer viaje a Galicia. Para nosotras era un terreno por explorar, aunque teníamos las referencias que nos habían dado los abuelos en sus cartas, las posibilidades de acción durante ese verano que anticipábamos eran infinitas.
Seguramente con la cuarta parte de la ropa que llevábamos hubiera habido suficiente, pero no nos podíamos arriesgar a necesitar alguna prenda que en los veranos de nuestra Soria natal eran imprescindibles. Eso hizo que siguiera llenando bultos hasta llegar a ocho.
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